miércoles, 25 de mayo de 2011

La oscuridad de la tierna ficción

Los padres tendrían que prestar atención a lo que se ofrece a sus hijos. Detrás de todo eso que parece inofensivo, a veces, hay un mensaje subliminal. Hasta las caricaturas que simulan ser las más tiernas, hasta el indefenso viejito de traje rojo, pueden dañar seriamente a un niño.

El primer paso de un niño en el camino de la ficción son los cuentos de hadas, Blanca Nieves, Cenicienta, Aladdín. Me pregunto quién pudo inventar algo tan absurdo como el amor en el primer beso. ¿Quién dijo que la experiencia del primer beso es genial? Él que se atrevió a cometer tal horror, es el responsable del desaliento y desilusión de unos cuantos adolescentes. Dejemos de idealizarlo, solo se trata de una humedad. Y pobre si le toca alguien con mal aliento.

Luego, las películas animadas. Mucho más impactantes. Allí la princesa no solo es bella, como ya me la pintaban en los cuentos, sino que tiene un canon que no es el de la imaginación. Una forma de ser. Igual el príncipe. Ignatius, el personaje de La conjura de los necios es bastante duro al respecto: desea que la película tenga un giro que haga que los “buenos” caigan en ridículo.

Ni hablar de si tienes envidia. El envidioso y el celoso siempre quieren envenenar o arruinar el vestido de alguien. A ninguna madrastra le recomiendo tener uno de estos videos en su casa.

Algunos niños sufren la horrible sensación de que al no ser buenos, bellos y agraciados, empiezan a pensar que son los malos de la película. A mí me sucedió. No sólo me frustraba la idea de no conseguir lo que aquellos personajes tenían, sino que cuando quería arrebatarle despiadadamente a mi hermana su nuevo juguete pensaba que me parecía a una de las hermanastras de Cenicienta.

En Alta Fidelidad, Nick Hornby, a través del personaje de Rob Fleming cuenta la historia de un tipo que ama la música pop, pero tiene dudas de si lo hace feliz. Hasta llega a conjeturar que esa clase de música puede ser causa de su depresión y rupturas amorosas. Y este el tercer paso del niño que llega a la adolescencia: la música.

Los mensajes de la música me los tomaba muy a pecho. Recuerdo un momento en que se transmitía el concepto “vive el día”. “¿Y si mamá nos rezonga?, preguntaba, “más de eso no va a hacer”, decía mi hermana, cuando íbamos a la playa sin permiso. Y yo, sin embargo, no podía soportar desobedecer a mi madre. Entonces otra vez pasaba a ser la mala.

Cuando Coelho me decía que el universo iba a conspirar con mis sueños, realmente me lo creí. Y aquí estoy escribiendo. Pueden sacar sus propias conclusiones.