miércoles, 1 de junio de 2011

Sin patente

Los uruguayos son charlatanes. Y esta habilidad es indirectamente proporcional a nuestra capacidad de hacer cosas. Cuanto más hacemos menos hablamos y a la inversa.

Me pregunto por qué. Y mis pensamientos se remontan a los inicios de nuestra historia. Me imagino a unos charrúas de patas para arriba, acostados sobre las verdes praderas, ¿para qué sudar laburando si los peces estaban al alcance de una lanza y la carne a la puntería de unas boleadoras? Ser sedentarios no se nos hubiera ocurrido nunca si los españoles no hubieran llegado.

Pero llegaron. Casi nos dejan porque no había oro. Por suerte, Hernandarias, había tirado algunas vacas que, gracias al cielo (me refiero a nuestro clima), se multiplicaron. Y de eso nos alimentamos durante un siglo.

Allá por el 1870, festejamos el alambramiento de los campos. 100 años antes, Inglaterra ya contaba con una máquina capaz de manufacturar. Comprábamos un discman cuando ya estaba saliendo el mp3.

Y llegó José Batlle y Ordóñez, tuvimos suerte, porque el mundo estaba en guerra. Esta mente pudo plantear algunas ideas y cambiar un par de cosas. Pero el emprendedor no se quedó toda la vida y volvimos a la situación de antes. Ahí nos estancamos.

Ahora en la Universidad nace el tema de las patentes. Y descubrimos que en nuestro país hubo años que en esta década no se registró ninguna.

No hay consciencia. Para los uruguayos, esto no es un problema. Sí nos preocupa que no haya una buena situación económica, la infraestructura de los entornos educativos, o la burocracia en el sistema público. Sabemos estudiar, repetir y quejarnos, pero no creamos cosas nuevas.

Y cuando vemos en esto un problema, no consideramos que sea crónico. Sino que, como si nos hubiésemos excedido de peso, hacemos una dieta rápida, superamos la crisis y volvemos a lo mismo.

Nos gusta recordar, decir que hay tiempos mejores, ver cómo suceden las cosa buenas y malas. Nos quejamos. Pero no hacemos nada al respecto. Parece que las vacas y algunos turistas cada tanto son suficientes para que nos quedemos de brazos cruzados.