miércoles, 17 de agosto de 2011

Quejarse

Tengo la manía de quejarme por todo. Manía que parece ser característica de los ciudadanos uruguayos. De todas formas, no quiero generalizar.

Me quejo porque no tengo auto, porque vivo a una hora y media de Montevideo, porque en mi casa siempre hay alguien que hace ruido, porque el celular me parece el peor invento del mundo y, aparentemente, lo tengo que usar debido a que quiero ser comunicadora. Me quejo porque tengo frío, porque tengo que lavar los platos, porque, porque, porque… A veces hasta tengo que descansar un rato para aliviar el dolor de garganta de tanto quejarme. Lo cierto es que justifico mi mediocridad por lo que no tengo. Y eso es pésimo.

Aunque la teoría marxista se ajuste demasiado a mis exigencias, hay algo que me dice que, en mi caso, no se aplica. Porque lo que yo quiero son lujos y “Freno dorado no mejora caballo”. Por más que consiga lo que no tengo, no voy a cambiar a menos que así lo desee. Mi desempeño no va mejorar con mejores recursos.

Me molesta la condena que expone Sartre. Pero algo de razón debe de tener. Posea lo que posea estoy obligada a ser libre, aunque las opciones sean la vida o la muerte. Que no es mi caso.

Y si el que se queja como yo, espera recibir un gran regalo que le va a solucionar la vida, le cuento que desde mi experiencia, hace años que estoy esperando y no ha llegado nada. Cuanto más duermo, más cansada estoy. Si tengo más tiempo, menos hago. Si tengo más plata, más plata gasto.

Sigo siendo la misma. Hay pocos momentos en los que no me quejo. Cuando no lo hago se debe, únicamente, a una imagen que me hace un nudo en la garganta. Todas las mañanas veo, camino a la universidad, a un señor que duerme en la vereda.

Él sí tendría que quejarse con alguien.